domingo, 13 de febrero de 2011

.Su ayuda es inestimable

Me había vuelto loca tratando de ocultarle a todo el mundo lo que sentía, lo que me estaba matando por dentro, pero con ella era diferente. Todos tenemos a una persona especial en la vida, una persona que te quiere sin límites, alguién con quien ser sinceros sin miedo a perder y ella era para mí ése ángel de la guarda. Sabía que me entendía así que no tuve ninguna duda y me dejé guiar por esas calles que, de tanto que lloraba, no conseguía reconocer.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Un empujoncito no basta.

Me desperté por la mañana con un cansancio de muerte y la cabeza hecha trizas. Me había pasado la noche dándole vueltas a ese rompecabezas imaginario que me estaba volviendo loca. Tenía que admitirlo, no había conseguido dar con la respuesta, no lo conseguiría nunca. Todo el cuerpo gritó de dolor mientras me desperezaba, ¿es que había dormido en una cama de pinchos? Bah, nada tenía sentido. Me miré al espejo, ¿cómo iba a salir de casa con esa cara? Las once. Estaba segura de que había quedado dentro de una hora, más o menos. Aparté mis problemas de la cabeza con un pequeño empujoncito. Así estaba mejor. Me duché rápidamente, el agua caliente relajó mis músculos. Me vestí algo distraída y tuve que darle la vuelta a la camiseta, la había puesto del revés. Me preparé el desayuno mientras miraba la televisión, sólo había documentales o telebasura. ¿Dónde habría dejado el Ipod? El café quemaba muchísimo pero, apática como me sentía, me dio igual. Fui a lavarme los dientes. Las doce menos veinticinco. Ligera capa de maquillaje, la raya de ojos, cacao. Me sequé el pelo y me lo aparté de la cara con unas horquillas. Me cambié la camiseta, se me había manchado de café. Dos gotitas de colonia. Cogí el móvil, la cartera y las llaves y las metí en el pequeño bolso que había dejado en la entrada dos días antes. El Ipod preferí dejarlo en el bolsillo de mis pantalones. Me puse la cazadora y la bufanda. Subí el volumen y salí de casa. Bajé las escaleras a saltitos y me dirigí a la plaza. Noa, mi mejor amiga, me esperaba en un banco. No era el de siempre, unos chicos con pantalones caídos, a lo Guantánamo, y gorra se habían apoderado de él. A pesar de la música escuchaba perfectamente como fardaban, a gritos, de todas las chicas que, cual trofeos, habían "ganado" la noche anterior.
Noa me saludó con un beso.
- Mariña, cariño, ¿en qué pensabas hoy mientras te maquillabas?
Hice una mueca, no entendía a qué se refería. Sacó un espejo de su bolso y me mostró mi reflejo. Una línea negra atravesaba mi mejilla. Suspiré. Definitivamente, un empujoncito no bastaba. Lo vio venir. Noa me conocía mejor que nadie. Me abrazó justo a tiempo y yo me rendí entre sus brazos y rompí a llorar.

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