jueves, 3 de mayo de 2012

Colilla.

Miedo. Éso es lo único que eres capaz de sentir mientras tus dedos resbalan por la barandilla. Es serio, por una vez, es más que un simple malentendido. Te sientes agobiada, desamparada. Estás histérica y tus pies descalzos ya no pueden sentir el frío suelo. Le das al cigarro que acabas de encender una calada tras otra, no quieres que se consuma sin más. Sientes un nudo en la garganta, uno tan fuerte que se te cae el alma, pero no vas a llorar. Y, de pronto, aparece el dolor. No lo habías visto venir y consigue golpearte con fuerzas, un fuerte aguijonazo en el pecho y caes de rodillas. Piensas en él, en la vida, en todo lo que estás dejando atrás. No lo entiendes y te enfadas, te enfadas mucho. Marcas un número en el teléfono, él se va a enterar de lo que vales, ¡vaya si se va a enterar! No puede irse de rositas, eres débil por su culpa y lo sabes, ¿por qué tuvo que fijarse en ti? Justo en ti, de entre tanta gente. Escuchas su voz al otro lado y te acobardas, "ya no importa" piensas. Él solo puede escuchar tus jadeos y es como si fuera capaz de predecir tu llanto. "¿Eres tú?" "¡Sí!" quieres contestar. "¡Claro que soy yo!" Pero la oscuridad te vence, por enésima vez, más dura que nunca hasta ése momento y sólo puedes susurrar un desamparado te quiero. Él siente lo efímera que es esa declaración y cómo te has dejado vencer porque, una vez más, tenías razón: no importaba. Nada importaba ya. Nada... salvo que él supiera cuánto habías pensado en él. No importaba porque toda vida se consume, como los cigarrillos o los recursos, y la tuya ya había llegado al filtro, al fin. "Ni una sola lágrima, ni una lágrima más". Y ahí estabas tú al día siguiente, donde él supo que te encontraría, vestida sólo con una camisa, pálida, fría y sin vida. Claro que nada importaba, claro que habías sentido miedo, ése asqueroso melanoma había podido contigo. Y tú ya no eras tú, sólo un cuerpo sin vida, aferrado en rigor mortis a la última colilla.

Twitter