lunes, 31 de octubre de 2011

Re/componiendo los esquemas

No creo en los cuentos de hadas, ¿sabes? Son para débiles, para gente que necesita algo a lo que aferrarse, y yo ya no lo necesito. Nunca más. Pero no siempre fue así, yo también fui una niña una vez. Una niña pequeña de ésas que se reían con los pitufos porque eran azules y soñaban con ser boxeadoras, patinadoras, princesas, pintoras, viajeras, exploradoras y doctoras, sobre todo doctoras. Yo era de las que improvisaban bisturís con cuchillos de plástico y rogaban a los reyes magos que les dejaran los regalos escondidos por toda la casa y un sobre con pistas, y así, ya era más feliz que nadie. Yo no quería ser mamá, tenía alumnos y pacientes, pero después me iba con mi novio imaginario de viaje a recorrer el mundo, porque el mundo era un lugar para soñar y yo soñé cada día, hasta los siete años, con las torres gemelas y cada día, después del once de septiembre de 2001, con la perfectamente imperfecta ciudad que nunca duerme al completo. Tras muchos años rompiendo la norma, no queriendo ser ni Ariel, ni Cenicienta, ni Aurora, ni Jazmin, ni Blancanieves; queriendo de ellas sólo sus canciones, después de tantos años pegada a las barbas de papá escuchando el vibrar de su guitarra por encima de todo, su voz dulce y el sonido mágico que producía al mezclarse con la mía. Después de dejar de lado el disfraz de princesa para ser la chica de Grease; tengo la impresión de que lo único que he llegado a ser es una barbie, que conoció a su Ken y se enamoró perdidamente. Que no rompió las normas, nunca escuchó a Metallica rugir y jamás recorrió cada país que apuntó en su agenda. No quiero ser esa, porque si he aprendido, a base de golpes, que la vida no es un cuento de hadas, que no hay normas, no hay reglas ni patrones... seré yo quien descubra la cura contra el sida, en un ático de New York, siendo madre de una niña adoptada al lado del hombre de mi vida que no será Ken, puede que Quasimodo, pero, en todo caso, algo más que material sintético.

domingo, 16 de octubre de 2011

There is not options

Confiar es el primer paso para que te rompan el corazón, es el definitivo, el que marca la diferencia. Cuando confías tu corazón deja de pertenecerte y con él se marchan tu autonomía y tu orgullo. Vas perdiendo todo poco a poco, sin darte cuenta, porque el amor es tan grande que no te permite ver más allá. Si amas eres feliz, paseas con la cabeza erguida, del brazo de un hombre, sintiéndote todopoderosa, la Diosa entre las diosas, la que es feliz y éso se nota pero, claro, no tienes nada porque todo lo tuyo es únicamente de él, hasta que te falla. El dolor es una puñalada trapera, una auténtica jugada del destino, lo peor entre lo pésimo y no sabes ni dónde meterte porque tu corazón roto necesita todo lo que la confianza te ha robado para recomponerse. Empiezan las lágrimas y las noches sin dormir, las ganas de nada y las horas mirando tu reflejo en el espejo, intentando encontrarte a ti misma en ese conjunto vacío que se presenta ante tus ojos pero no hay nada. Aceptarlo es difícil, superarlo es imposible. Un día te despiertas por la mañana pensando que, por fin, eres libre y puedes comerte el día pero el anochecer te devolverá a tu cama con lágrimas en los ojos y la autoestima por los suelos. Es lo malo de ése amor, de ésa confianza extrema: si has permitido que te llenara no se marchará jamás, olvidar nunca será una opción.

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