domingo, 9 de marzo de 2014

Cadena humana.

Con el tiempo descubrí que aquello que me apasiona no sólo me apasiona a mí. Que también hay gente a mi alrededor que debora libros y construye historias, que no soy la única que va caminando por la calle pensando en un libro o en una cita que acaba de leer. He sido ajena a todo eso durante tanto tiempo... A toda esa gente con la que me he cruzado en alguna ocasión y que, como yo, ama el tiempo de compañía y soledad que sólo un libro te puede ofrecer. Puede que esa señora de pelo gris, la chica de rosa del otro día o aquel hombre, no demasiado mayor, de la playa también hayan sentido, como siento y he sentido yo en más de una ocasión, el inmenso placer de leer un libro; de sobarlo, memorizarlo y rasgarlo como a una guitarra. El placer de entenderlo y releerlo y entenderlo un poco más. De enamorarse y desilusionarse al darse cuenta de que la trama no cuadra con lo que había imaginado y reenamorase una vez pasado el enfado inicial.
   Ahora me imagino a las personas que como yo han amado un libro alguna vez, que como yo entienden el complejo arte de la lectura, como almas invisibles que se abrazan por toda la ciudad y, a veces, al ver a alguna persona pasar siento que su ente me dá la mano...

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