viernes, 23 de agosto de 2013

Gente que sigue claudicando.

Es como si hubiera claudicado dejando ir, sin pena ni gloria, todo aquello que era incómodo. Como cuando te rindes y dejas de impedir que la arena repose en tu toalla en la playa porque es más fácil que luchar contra el viento. Me he rendido con la excusa de "tampoco ellos se han molestado" como si éso me hiciera mejor persona, como si fuera una premisa válida, como si calmara mi remordimiento. He dejado pasar por mi vida, sin pena ni gloria, a personas que consideré átomos de mi ser. ¿Por qué? Porque todo el mundo lo hace. Ellos hicieron lo mismo por mí, ellos también podrían haber llamado, ellos se adaptaron y me olvidaron. ¿Nadie dio un paso atrás? ¿No hubo ninguna persona en mi historia capaz de ver que en la hoguera te quemas, que si pones el pie sobre el fuego todo tu cuerpo te grita que te apartes? Pues no. Como mutilados, como insensibles congénitos al dolor que somos, a veces, los miembros de este absurdo planeta nos atamos en lo alto de la hoguera y morimos quemados lentamente. Si fuera capaz de creer en Dios, en otra vida, en la rencarnación, la resurrección o cualquier fenómeno que me permita corregir los errores de mi vida podría comprender el por qué de mi rendición pero no creo. No creo. Somos ciencia: biología, física y química; si nuestro corazón deja de latir no habrá vuelta atrás, todo aquello que se fue, se habrá ido para siempre y toda esperanza de arreglarlo morirá con nosotros. Me resulta raro que haya tanta gente a mi alrededor que no se da cuenta, gente que sigue claudicando.

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