sábado, 5 de noviembre de 2011

Chloè quiere morir.

Era absurdo que algo así le hubiera sucedido a ella. Cerró su portátil con expresión de asombro, ni todas sus neuronas trabajando en conjunto habrían sido capaces de hallar una explicación lógica para algo tan inverosímil. Sin embargo, no pudo evitar un fugaz pensamiento "es cierto que ha ocurrido". Una lágrima furtiva resbaló por su mejilla, la gota que colmó el vaso. Empezó a temblar descontroladamente, impulsada por el dolor tan arraigado en sus entrañas, por el enorme vació que sentía, por la certeza de saberse perdida para siempre. Nunca pensó que algo así pudiera ocurrir, no con él, que había estado a su lado en las más insólitas situaciones sin inmutarse, él que la había querido tanto. Había. Era peor que tirarse desde un tercer piso, era como abrirse en canal con unas tijeras de cocina. No se sostenía en pie, las piernas eran gelatina y pandeaban. Se cayó al suelo, arrastrada por la marea de sus desquiciantes pensamientos. En su locura, fue arrancándose la ropa a jirones, inconscientemente, hasta quedarse desnuda. Sus uñas arañaban su cuerpo, sus manos quemaban su piel y el frío suelo del salón la acogía sin demasiadas ganas. Las lágrimas empezaron de repente y , al mismo tiempo, los mordiscos en los antebrazos para ahogar los intensos gritos de dolor que le salían desde lo más hondo de su ser. Ella que lo había sido todo estaba ahí tumbada, en la más absoluta oscuridad, sola y abandonada, más que nunca; perdiendo los estribos al recordar la miel de los labios que un día besó. Ella que había escuchado los más sinceros "te quiero", ella que le enseñó a llegar al limbo con mil caricias prohibidas, ella que le entregó su piel, cuerpo y alma al amor. Ella que supo que quería envejecer a su lado, rodeados de recuerdos. Ella... Quería morirse, estaba dispuesta a hacerlo, lo haría. Se levantó a duras penas, temblando, completamente desnuda. Observó su reflejo en el espejo y, entre los arañazos, no pudo reconocer a la mujer que él tanto había amado. Quería sufrir, castigarse por haberlo dejado marchar. Sabía como morir en cuestión de segundos, sin dolor; pero era dolor lo que ella quería. Cogió un cuchillo de la cocina y empezó a rasgar con él su muñeca, de abajo hacia arriba, no en horizontal. Dolía mucho. No derramó ni una lágrima. Y se sentó a esperar, pensando en cómo él le había preguntado por Skype si le gustaría ser su madrina. Él iba a casarse con una mujer, con otra mujer, una que no era ella, una que jamás lo querría como lo quería ella... Lentamente iba perdiendo la conciencia y, en un último destello de lucidez, le pareció reconocer el sonido de unos pasos que subían por una escalera.
- ¡Chloè! - un grito desgarrador, un hombre destrozado. - No te mueras, por favor, no te mueras... No pienso vivir sin ti, agárrate a la vida, pequeña. ¡Agárrate a la vida!
"No, déjame morir, por favor, deja que me vaya, no quiero, no me salves, ¿qué haces aquí? Por qué tendrás que joderlo todo siempre. Dé..."
- Te amo, tienes que vivir porque te amo.
"¿Qué? ¿Me amas? Mierda, no puedo despertarme..."


En cada corazón cada historia acaba de un modo diferente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Twitter