domingo, 25 de diciembre de 2011

Te necesito esta navidad.


Cierro los ojos. Estoy muy cabreada porque entre tú y yo algo está a punto de romperse, o éso creo yo, y no sé cómo remendar la costura. Una lágrima desearía escapar pero es como si la hubiesen pegado con loctite a mi pupila, no puedo llorar cuando estoy muerta por dentro, los muertos no lloran. No sólo estoy enfadada contigo, puede que un poco, pero quien me hace sentir rabia, quien en verdad me cabrea, soy yo. Esto es todo por mi culpa, por exigirte demasiado con mis ruegos, por ser tan tonta, inmadura, infantil y repipi, por haber perdido el norte, por haber dejado de ser yo misma. Tú no lo puedes ver mientras me siento en las rocas pero en mi interior hay una pelea salvaje: una parte de mí quiere suplicarte, rogar de rodillas, humillarse; la otra parte sabe que éso no hará más que empeorarlo todo pero, ¿qué hacer? ¿Dejarte marchar? Me muero sólo de pensarlo.
- Bueno, será mejor que me vaya...
- No hay nada que pueda hacer, ¿verdad?
- Necesito pensar, pequeña.
Mi corazón da un vuelco al oír esas palabras de tu boca, ¿será un atisbo de amor? O, simplemente, es la costumbre. No, sé que aún me quieres pero, ¿hay esperanza?
- Si te tienes que ir, ¿puedo pedirte un último favor?
- Supongo...
- Abrázame. Si esta fuera la última vez y te fueras sin abrazarme, yo...
Me miras durante una milésima de segundo o durante un millón de años, no lo sé, pero apartas la mirada, muy pronto, demasiado pronto. Te acercas muy despacio y te sientas en las rocas, a mi lado. Rodeas mis hombros con tu brazo y tu mano, como por impulso, acaricia la piel de mi brazo derecho como lo había hecho tantas veces en el pasado. No te conformas, tiras de mí haciendo que me siente sobre tu regazo, a horcajadas. Me estremezco. Me abrazas tan fuerte que me quedo sin respiración pero no me importa, curiosamente ésa es la mejor sensación del mundo para mí. Te aprieto muy, muy fuerte para intentar contener mis sentimientos, para que no se me escapen, para no explotar en miles de diminutos pedazos de desesperación. Tus manos suben por mi espalda hasta llegar a mi barbilla, me apartas de ti para fundir nuestros labios en un beso desesperado y me siento morir, muero porque esto se acaba, porque es la vil despedida que llevo temiendo tanto tiempo. Sin embargo, algo cambia, tus besos se hacen apasionados y, después, suaves y dulces. Conozco ésos besos, son de amor. No me dejarás, no vas a dejarme. Y lloro, nos besamos bañados en el agua salada de mis lágrimas y, ¿de tus lágrimas? Y me quieres y nada importa, me importa una mierda el resto del mundo, me importa una mierda porque estoy contigo esta Navidad.


Dedicado a alguien especial.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Twitter