domingo, 12 de febrero de 2012

Para Sabela

Las penas las cura la guitarra, le decía Dimitri cuando ella lloraba. Él siempre había intentado enseñarle a tocar pero a ella se le arremolinaban las imágenes y entre bemoles y sostenidos terminaba siempre cogiendo el carboncillo para dibujar un beso, una mano que rasga una cuerda o una nota flotando en el perfil de su encantador suízo bohemio. Ella era de dibujo, no de música. ¿Y quién me quita las penas ahora, eh, Dimitri? ¿Quién? Porque tú me has dejado tirada. Ya habían pasado infinitos días desde aquella noche en las rocas y ella seguía sin encontrar el aliento. No sabía como seguir adelante ni cómo volver hacia atrás. Estaba rota de recuerdos y llena de insatisfacciones. Perdida en un mundo que la había dejado a la deriva. Ahogada en un apartamento demasiado grande para ella sola, demasiado personal para olvidar a el chico que lo había mitificado. Ella sólo quería salir. Así que había encontrado otro sitio. Un loft diminuto en el que empezar. Y ahí estaba en su antiguo nido, rodeada de cajas, a punto de partir, jugando con la suerte al escondite cuando tropezó con una de las baldosas del baño. Fue una corazonada, tal vez, pero se agachó para encontrar el escondite secreto de Dim, ése del que tanto había oído hablar y que, después de semanas de búsqueda, había decidido que era solo un mito. Había una caja y dentro de la caja un CD con las versiones que Dimitri había hecho de los Beatles, de Extremoduro o de Queen; su púa favorita y su cuaderno, ése que ella se conocía ya al dedillo, ése en el que él había empezado a escribir y que sólo tenía una hoja vacía, "la hoja del recuerdo indefinido" como él la llamaba, en la que escribiría lo más importante de su vida... Pero había algo escrito en ella, una carta. Para ella, para Sabela.

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