miércoles, 8 de febrero de 2012

Ni una sola lágrima.

Una sonrisa maliciosa esbozada en el refugio de la oscuridad. Una joven levantándose de la cama, demasiado grande para dos personas que se abrazan en sueños. Sus pies descalzos haciendo tic-tac contra el suelo como un reloj, como el reloj que le daba la hora de partir. Lena sabía que aquello no estaba bien pero no conocía otra cosa, en su pasado todas las despedidas habían sido iguales. Se vistió rápidamente sintiendo un excitante temor a que el ruido de su piel contra la tela partiera en dos sus planes. Se puso su mochila al hombro y rasgó cuatro palabras en un papel que dejó contra la almohada. Dejó las llaves en el cuenco de la entrada. Dejó que los ojos se humedecieran pero no lloró, ella era fuerte. Cerró la puerta lanzando un beso al aire y se marchó.

Él sintió el frío y se despertó sobresaltado. La cama vacía era el preludio de una sonata de despedida y fue entonces cuando encontró la nota junto a la almohada. Simple, sencilla, concisa. Cuatro palabras. "Ni una sola lágrima". No lo dudó ni un segundo, supo que ella lo había dejado. Un espíritu salvaje siempre encuentra el valor para huir. Sus cosas seguían ahí pero ella no iba a volver. No le importaban sus cosas, no le importaba nada. Ella quería volar. Y él debía dejarla. La echaría tanto de menos... Y, mientras las tinieblas de los sueños lo atrapaban otra vez, dijo en un susurro: "Buenas noches, Lady Rock&Roll" En el mismo momento en el que Lena, desde el asiento trasero de un taxi murmuraba: "Dulces sueños, camarada".

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